Drogas, la anestesia del sistema.
Según el diccionario de la RAE, una droga es una sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno.
Dentro de esta definición cabe una distinción entre drogas blandas, a las que se considera adictivas en bajo grado, y drogas duras que son fuertemente adictivas.
La drogadicción sería el hábito de quien se deja dominar por una droga.
Una vez esclarecidos los términos de manera objetiva, resulta curioso observar como cada nuevo estudio o investigación sobre este tema da lugar a una gran polémica y controversia. Aparecen posturas enfrentadas, hasta tal punto que existen movimientos y agrupaciones a favor y en contra de las drogas, ambos con gran peso social y capacidad de difusión de sus postulados.
Es por tanto éste un tema de primerísima importancia y vigencia, aún más para nosotros, los jóvenes, grupo social con mayores porcentajes de consumo y que padece de manera más directa los efectos de esta sustancia.
Como ya ha quedado claro en las definiciones, la droga es una sustancia alienante, que al ser consumida coarta la libertad del individuo. Una vez drogados, nuestra percepción de la realidad queda desvirtuada, de ahí que nuestras acciones no sean las mismas que haríamos en estado normal. Dificultades a la hora de hablar, lentitud de movimientos, actividad frenética o una actitud violenta son algunas de las reacciones tras la ingestión, cada una dependiendo del tipo de droga que hayamos consumido.
Muchos de los incidentes y altercados que se producen todos los fines de semana, tales como accidentes de tráficos, peleas en discotecas etc tienen su origen en la alteración del estado físico y psíquico que producen las drogas en los jóvenes que las consumen. Alteración que, producida de una forma continuada, conlleva consecuencias muy negativas para la salud.
Y este es un punto sobre el que no cabe discusión alguna. El consumo habitual de droga, sea del tipo que sea, resulta pernicioso para nuestro bienestar. Hasta tal punto que determinadas sustancias como la heroína son consumidas casi en su mayoría por personas gravemente enfermas o incluso en estado terminal debido a su adicción.
Bien, pues teniendo esto en cuenta, cabría preguntarse cómo aun siendo conscientes de las nefastas consecuencias del consumo de las drogas, puede haber gente y colectivos sociales que defiendan su consumo. Ya que a simple vista esta reclamación, la del libre consumo de drogas, parecería algo estúpido y suicida.
Los partidarios de la legalización de las drogas, puntualizando de las drogas blandas, esgrimen diversos argumentos para defender su postura.
Estos argumentos son principalmente tres; en primer lugar el efecto terapéutico de algunas drogas blandas en enfermos con enfermedades dolorosas y terminales, en segundo que con la legalización de las drogas blandas se daría fin a la actividad ilícita del tráfico de estas sustancias, y por último la libertad de los individuos para poder consumir libremente lo que a cada uno le plazca.
Revistas como Cáñamo, diferentes grupos de música de extrema izquierda o algunos intelectuales y profesionales de la medicina progresistas, son los principales difusores de estas razones, aunque eso sí, no son los únicos.
Si utilizamos un poco la lógica y el sentido común, no tardaremos mucho tiempo en llegar a la conclusión de que estas ideas caen por su propio peso y algunas incluso rozan la estupidez.
Es cierto que si un enfermo de cáncer de huesos en estado avanzado que sufre graves dolores derivados de la enfermedad, se fuma un porro de marihuana, sus dolores se verán aplacados y sentirá una sensación relajante. Pero dejemos claro que esto no se debe a las facultades curativas de la marihuana sobre este tipo de enfermedades, como algunos nos quieren hacer ver, sino a que simplemente esta sustancia tiene unos efectos de relax y tanto la consuma una persona con un excelente estado de salud como un enfermo, los efectos son los mismos.
Pero no menos cierto es que existen otras sustancias y medicamentos legales que también alivian a los enfermos de su dolor, teniendo además la ventaja de que no producen la pérdida de neuronas en el cerebro como si sucede con los porros.
Aquí convendría citar el libro ¿Fumas porros, gilipollas? que profundiza bastante y rebate de forma sobresaliente el tema de la aplicación médica de los porros.
Respecto al segundo argumento poco que decir. Si legalizamos la distribución de armas, el tráfico ilegal de armas también dejaría de existir.
Por último, el tema de la libertad de elección. La verdad es que resulta tremendamente graciosa esta queja sobre la poca libertad y la represión para el consumo de drogas.
Hoy en día todo aquel que quiera puede consumir drogas sin ninguna dificultad. Discotecas, bares de copas, parques públicos, institutos, universidades etc son auténticos centros de consumo, circunstancia de la que tiene constancia todo el mundo. Y esto es algo real e innegable, y el que no quiera verlo es que no quiere asumir la verdad. Cómo se puede hablar entonces de falta de libertad y de expresión si todo aquel que quiere puede acceder a la compra de drogas sin realizar mucho esfuerzo. ¿Qué de vez en cuándo una pareja de policías municipales se pasea por parques y plazas y ponen un par de multas por fumar porros? Si tenemos en cuenta que se supone es algo ilegal, pues habrá que disimular un poco, habrá que hacer como que se cumple la ley.
Es de imbéciles pues hablar de represión cuando está peor visto declararse patriota e identitario que fumarse un porro.
Ya por último señalar que un adicto a la heroína que padece SIDA, no empieza directamente consumiendo esta sustancia, sino fumando esos simpáticos y relajantes porros. De todos los consumidores de drogas blandas siempre hay un porcentaje, pequeño sí, pero no pensemos en números sino en personas, que tras su adicción a las blandas, da el salto y acaba como consumidor de drogas duras. Este es sin duda el mayor peligro que se plantea. Porque ese porcentaje que los partidarios de la legalización rechazan y consideran ínfimo e insignificante, se traduce en los miles de enfermos de SIDA, los miles de yonkis que deambulan por todas las ciudades de España, que pierden familias, trabajos y delinquen arrastrándose por poblados chabolistas para conseguir unos miserables gramos de droga. Personas que pierden toda su dignidad, que se convierten en zombis urbanos esclavos de una sustancia venenosa, que poco a poco acaba con ellos.
Este es el verdadero panorama y realidad de la droga.
Partiendo además de que todo el mundo no es igual, que hay personas más o menos susceptibles a la adicción, si legalizamos el consumo de drogas blandas, el número de personas que acaben consumiendo drogas duras puede ser realmente alarmante.
De todos modos, e insistiendo en lo que se acaba de decir, no hay mejor argumento contra las drogas que el relato de cualquier ex drogadicto rehabilitado. La Fundación de Ayuda a la Drogadicción o el Centro Reto pueden dar buen testimonio en este sentido.
Para finalizar, y volviendo al título del artículo, hay que insistir firmemente en la denuncia del uso de la droga como anestesia por parte del sistema. Y esto, que puede sonar muy duro a oídos de los bienpensantes y políticamente correctos, es sencillamente lo que hay, lo que interesa. Si hubiera un interés real, verdadero en acabar con el consumo de droga por parte de los jóvenes, no se pondrían los medios de que disponen ahora mismo las fuerzas de seguridad del estado para combatir el tráfico o el consumo, sino el doble o el triple. Se sabe en que sitios se vende y se consume, y aun así la actividad no cesa.
De nada sirven las blandas y escasísimas campañas de concienciación realizadas en institutos y colegios, si al llegar a casa el chaval enciende la televisión y desde la serie de moda se ofrece una imagen atractiva y simpática de aquel tipo gracioso que fuma porros, dándose una imagen totalmente dulcificada de la plantita verde.
Lo mismo que ocurre con los programas de investigación o los reportajes de los telediarios sobre las supuestas propiedades curativas de la marihuana, en los que siempre queda la sensación de haber visto poco menos que la solución para todos aquellos enfermos graves.
En definitiva, para no romper la triste dinámica de esta sociedad de mercado en la que los jóvenes somos meros objetos de consumo que hemos de formarnos bien para pasar a servir dentro de esta maquinaria capitalista de la mejor forma posible, las drogas contribuyen a sumirnos en un profundo sueño, un sueño que no hará que protestemos por lo que consideramos injusto, ni que pensemos, ni que podamos suponer un problema para los grandes intereses de este sucio sistema. Si la juventud permanece anestesiada, no habrá problema.
Dentro de esta definición cabe una distinción entre drogas blandas, a las que se considera adictivas en bajo grado, y drogas duras que son fuertemente adictivas.
La drogadicción sería el hábito de quien se deja dominar por una droga.
Una vez esclarecidos los términos de manera objetiva, resulta curioso observar como cada nuevo estudio o investigación sobre este tema da lugar a una gran polémica y controversia. Aparecen posturas enfrentadas, hasta tal punto que existen movimientos y agrupaciones a favor y en contra de las drogas, ambos con gran peso social y capacidad de difusión de sus postulados.
Es por tanto éste un tema de primerísima importancia y vigencia, aún más para nosotros, los jóvenes, grupo social con mayores porcentajes de consumo y que padece de manera más directa los efectos de esta sustancia.
Como ya ha quedado claro en las definiciones, la droga es una sustancia alienante, que al ser consumida coarta la libertad del individuo. Una vez drogados, nuestra percepción de la realidad queda desvirtuada, de ahí que nuestras acciones no sean las mismas que haríamos en estado normal. Dificultades a la hora de hablar, lentitud de movimientos, actividad frenética o una actitud violenta son algunas de las reacciones tras la ingestión, cada una dependiendo del tipo de droga que hayamos consumido.
Muchos de los incidentes y altercados que se producen todos los fines de semana, tales como accidentes de tráficos, peleas en discotecas etc tienen su origen en la alteración del estado físico y psíquico que producen las drogas en los jóvenes que las consumen. Alteración que, producida de una forma continuada, conlleva consecuencias muy negativas para la salud.
Y este es un punto sobre el que no cabe discusión alguna. El consumo habitual de droga, sea del tipo que sea, resulta pernicioso para nuestro bienestar. Hasta tal punto que determinadas sustancias como la heroína son consumidas casi en su mayoría por personas gravemente enfermas o incluso en estado terminal debido a su adicción.
Bien, pues teniendo esto en cuenta, cabría preguntarse cómo aun siendo conscientes de las nefastas consecuencias del consumo de las drogas, puede haber gente y colectivos sociales que defiendan su consumo. Ya que a simple vista esta reclamación, la del libre consumo de drogas, parecería algo estúpido y suicida.
Los partidarios de la legalización de las drogas, puntualizando de las drogas blandas, esgrimen diversos argumentos para defender su postura.
Estos argumentos son principalmente tres; en primer lugar el efecto terapéutico de algunas drogas blandas en enfermos con enfermedades dolorosas y terminales, en segundo que con la legalización de las drogas blandas se daría fin a la actividad ilícita del tráfico de estas sustancias, y por último la libertad de los individuos para poder consumir libremente lo que a cada uno le plazca.
Revistas como Cáñamo, diferentes grupos de música de extrema izquierda o algunos intelectuales y profesionales de la medicina progresistas, son los principales difusores de estas razones, aunque eso sí, no son los únicos.
Si utilizamos un poco la lógica y el sentido común, no tardaremos mucho tiempo en llegar a la conclusión de que estas ideas caen por su propio peso y algunas incluso rozan la estupidez.
Es cierto que si un enfermo de cáncer de huesos en estado avanzado que sufre graves dolores derivados de la enfermedad, se fuma un porro de marihuana, sus dolores se verán aplacados y sentirá una sensación relajante. Pero dejemos claro que esto no se debe a las facultades curativas de la marihuana sobre este tipo de enfermedades, como algunos nos quieren hacer ver, sino a que simplemente esta sustancia tiene unos efectos de relax y tanto la consuma una persona con un excelente estado de salud como un enfermo, los efectos son los mismos.
Pero no menos cierto es que existen otras sustancias y medicamentos legales que también alivian a los enfermos de su dolor, teniendo además la ventaja de que no producen la pérdida de neuronas en el cerebro como si sucede con los porros.
Aquí convendría citar el libro ¿Fumas porros, gilipollas? que profundiza bastante y rebate de forma sobresaliente el tema de la aplicación médica de los porros.
Respecto al segundo argumento poco que decir. Si legalizamos la distribución de armas, el tráfico ilegal de armas también dejaría de existir.
Por último, el tema de la libertad de elección. La verdad es que resulta tremendamente graciosa esta queja sobre la poca libertad y la represión para el consumo de drogas.
Hoy en día todo aquel que quiera puede consumir drogas sin ninguna dificultad. Discotecas, bares de copas, parques públicos, institutos, universidades etc son auténticos centros de consumo, circunstancia de la que tiene constancia todo el mundo. Y esto es algo real e innegable, y el que no quiera verlo es que no quiere asumir la verdad. Cómo se puede hablar entonces de falta de libertad y de expresión si todo aquel que quiere puede acceder a la compra de drogas sin realizar mucho esfuerzo. ¿Qué de vez en cuándo una pareja de policías municipales se pasea por parques y plazas y ponen un par de multas por fumar porros? Si tenemos en cuenta que se supone es algo ilegal, pues habrá que disimular un poco, habrá que hacer como que se cumple la ley.
Es de imbéciles pues hablar de represión cuando está peor visto declararse patriota e identitario que fumarse un porro.
Ya por último señalar que un adicto a la heroína que padece SIDA, no empieza directamente consumiendo esta sustancia, sino fumando esos simpáticos y relajantes porros. De todos los consumidores de drogas blandas siempre hay un porcentaje, pequeño sí, pero no pensemos en números sino en personas, que tras su adicción a las blandas, da el salto y acaba como consumidor de drogas duras. Este es sin duda el mayor peligro que se plantea. Porque ese porcentaje que los partidarios de la legalización rechazan y consideran ínfimo e insignificante, se traduce en los miles de enfermos de SIDA, los miles de yonkis que deambulan por todas las ciudades de España, que pierden familias, trabajos y delinquen arrastrándose por poblados chabolistas para conseguir unos miserables gramos de droga. Personas que pierden toda su dignidad, que se convierten en zombis urbanos esclavos de una sustancia venenosa, que poco a poco acaba con ellos.
Este es el verdadero panorama y realidad de la droga.
Partiendo además de que todo el mundo no es igual, que hay personas más o menos susceptibles a la adicción, si legalizamos el consumo de drogas blandas, el número de personas que acaben consumiendo drogas duras puede ser realmente alarmante.
De todos modos, e insistiendo en lo que se acaba de decir, no hay mejor argumento contra las drogas que el relato de cualquier ex drogadicto rehabilitado. La Fundación de Ayuda a la Drogadicción o el Centro Reto pueden dar buen testimonio en este sentido.
Para finalizar, y volviendo al título del artículo, hay que insistir firmemente en la denuncia del uso de la droga como anestesia por parte del sistema. Y esto, que puede sonar muy duro a oídos de los bienpensantes y políticamente correctos, es sencillamente lo que hay, lo que interesa. Si hubiera un interés real, verdadero en acabar con el consumo de droga por parte de los jóvenes, no se pondrían los medios de que disponen ahora mismo las fuerzas de seguridad del estado para combatir el tráfico o el consumo, sino el doble o el triple. Se sabe en que sitios se vende y se consume, y aun así la actividad no cesa.
De nada sirven las blandas y escasísimas campañas de concienciación realizadas en institutos y colegios, si al llegar a casa el chaval enciende la televisión y desde la serie de moda se ofrece una imagen atractiva y simpática de aquel tipo gracioso que fuma porros, dándose una imagen totalmente dulcificada de la plantita verde.
Lo mismo que ocurre con los programas de investigación o los reportajes de los telediarios sobre las supuestas propiedades curativas de la marihuana, en los que siempre queda la sensación de haber visto poco menos que la solución para todos aquellos enfermos graves.
En definitiva, para no romper la triste dinámica de esta sociedad de mercado en la que los jóvenes somos meros objetos de consumo que hemos de formarnos bien para pasar a servir dentro de esta maquinaria capitalista de la mejor forma posible, las drogas contribuyen a sumirnos en un profundo sueño, un sueño que no hará que protestemos por lo que consideramos injusto, ni que pensemos, ni que podamos suponer un problema para los grandes intereses de este sucio sistema. Si la juventud permanece anestesiada, no habrá problema.
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